Ópalo de fuego [2021]
El color del ópalo del fuego puede ir del rojo carmín al amarillo ámbar, en algunos ejemplares presenta estrías iridiscentes muy fuertes, que, al combinarse con otras verdosas debidas a las partículas de cobre, simulan verdaderas llamas de fuego, de aquí el mote de flameante.Aunada a estas características estéticas, la gran dureza y transparencia de los ópalos de fuego permite que pueda cortarse con facetas que realzan aún más su belleza y lo hacen idóneo para la alta joyería. La variante flameante, es la variedad es la más transparente y dura de todas y la de menor hidratación.
Del griego opal al náhuatla tequetzali tzil
Si bien existen múltiples depósitos opaliferos en diversas partes del mundo, la mayoría son muy pequeños e impuros. Los depósitos más grandes y finos se encuentran en muy pocas regiones, entre otras la oriental de Czervinica, en la hoy república eslovaca. Por otra parte, las desérticas provincias australianas de Queensland y New South Wales contienen los más grandes yacimientos de ópalo blanco o noble, descubiertos a mediados del siglo XIX, en tanto los depósitos de ópalos de agua y girasoles de la provincia hondureña han sido señalados por algunos estudiosos como los sitios que abastecieron la rica joyería de los señoríos prehispánicos mayas del Quiche, en Guatemala, en incluso para comerciantes centro y Sudamericanos.
En el caso de México, la extracción y uso de ópalos destinados a la joyería fue común desde tiempos prehispánicos. Su composición incluye abundantes partículas de hierro, mineral que le proporcionan un característico tono rojizo. Entre los habitantes acaudalados del antiguo Anáhuac, la gema era conocida como tequetzalitzil, vocablo que traducido del poético y simbólico náhuatl, significa algo así como pedernal con plumas de colibrí.Si bien la plata, el oro y la grana cochinilla fueron las principales riquezas mexicanas explotadas en la colonia, el hallazgo de yacimientos opaliferos en zonas mineras, jamás fue despreciado en Europa.
Yacimentos
Nuestros ópalos de fuego se encuentran en forma de burbujas al interior de mantos de roca volcánica llamada riolita localizados en varios estados, pero de manera abundante en los de Querétaro, Guanajuato, Jalisco y Nayarit, donde la actividad volcánica y termal es sumamente antigua. Una de las regiones opaliferas más reconocidas en el mundo está en el distrito minero de San Juan del Rio, a unos 50 km al suroeste de la capital queretana y muy cerca de la célebre Peña de Bernal. Aunado a su singular color e iridiscencia, el ópalo de fuego mexicano se distingue por su dureza y trasparencia, propias de la máxima concentración de sílice que un ópalo noble australiano, que contiene más agua que sílice y es más opaco y suave.
Estas características, únicas entre los ópalos del mundo, permite que las gemas brutas puedan pulirse y luego tallarse o cortarse en preciosas facetas que realzan su encendida brillantez y valor. El virtuosismo de los lapidarios y orfebres mexicanos, particularmente de las queretanos y más específicamente de los de San Juan del Rio, representa sin duda alguna un valor agregado al alcance de nuestras manos.
De la roca madre a las joyas de orfebres
El primer paso para la extracción una vez detectado un yacimiento, es barrenado de grandes pedazos de riolita en minas que por lo regular aparecen a pocos metros de profundidad, posteriormente los restos de riolita se despedazan en trozos cada vez más pequeños hasta que puedan revisar a mano con el fin de hallar vetas y burbujas que por su tamaño, pureza y belleza, merezcan seguir limpiándose en los talleres lapidarios, la labor del lapidario consiste en quitar hasta donde sea posible los restos de riolita y dependiendo del resultado destinar las piezas menos puras para el tallado de pequeñas esculturas o el faceteado de las piezas más puras y grandes.
Cuando el ópalo limpio resulta pequeño, pero muy vistoso, se talla con todo y la piedra que lo envuelve dando forma a esculturas de riolita cuyo color semeja la cantera rosa en la que los pedacitos de ópalo parecieran incrustados en la piedra. Una vez limpio el ópalo de riolita, queda de un tamaño considerable, pero resulta común a varias piezas, por lo que los lapidarios le dan una forma ovoidal llamada cabujón, cuya superficie alisan y finamente pulen para incrustarla en piezas de joyería. Cuando alguna resulta singularmente bella y grande se decide cortarla en facetas que realzan el brillo y los destellos de la pieza, tal como sucede con los mejores diamantes, esmeraldas o rubíes. Más aun, los ópalos facetados suelen montarse en diseños de filigrana que los orfebres mexicanos elaboran con especial cuidado para dar como resultado finos ejemplares de alta joyería. Y si desea admirar esa maravilla natural, los ópalos mexicanos, o la riqueza cultural que significa su transformación en piezas de fina joyería a manos de lapidarios y orfebres lo mejor es visitar San Juan del Rio. No dejará de sorprenderse.
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