El arte detrás de una joya fina

Según los antiguos, la regla fundamental del arte es la simplicidad. Pero no hay que confundirla con una mera facilidad, sino con el éxito de un refinado disimulo que esconde toda afectación y que ofrece la impresión de ligereza y desenvoltura. El poeta francés Verlaine decía: “Tenemos que ser tan ligeros como el pájaro, no como la pluma”.

 

 

Estudio, gusto y cuidado; la elegancia se construye mediante el examen de los detalles. Un broche, una joyas, un cinturón, un botón, todo ayuda a dar personalidad a un estilo de gran naturalidad y elegancia.

Por otra parte, etimológicamente hablando, “elegancia” significa “capacidad de saber escoger”. Con este sentido, las joyas representan aquellos preciosos detalles que hay que “saber elegir” para dar un toque de personalidad a la propia figura. Actualmente, las joyas vuelven a dominar sobre el vestido porque, como observa Roland Barthes, “ayuda de manera decisiva, a darle significado”.

 

La primera regla, Valorar.

En ninguna época la elegancia femenina (y durante mucho tiempo, a decir verdad, tampoco la masculina) renuncio a las joyas. Sin embargo, se abuso a manudo en aquellos siglos pasados donde la estética era el exceso. Por el contrario, en nuestro siglo, se impusieron “las reglas de buena educación” en las joyas, que reflejan las actuales costumbres: Detalles luminosos, señales preciosas, ecos y llamadas sugestivas, pero ninguna redundancia o exhibición forzada.

Como toda regla de buena educación, tambíen en las joyas la regla primordial es la de seguir la propia personalidad. Hacer resaltar las propias inclinaciones es la finalidad que debe tener cada persona, conscientes de que un punto débil puede ser transformado en un punto de fuerza.

Una mujer que trabaja y que por ningún motivo desea renunciar a su feminidad encontrará en las joyas al aliado romántico de su vestuario. Pero también la mujer casual, práctica y deportiva, puede encontrar su justa expresión. Para ellas las joyas serán, sobre todo, un juego despreocupado con lo cotidiano, según le sugiera su propio humor.

Hay infinitas maneras de expresar el carácter e infinitos modos para usar una joya, una para cada estilo de animo: lo importante es saber valorar y escoger. Seguir las reglas de buena educación, es decir, no intentar imponer normas sino sugerir maneras de ser, usando nuestra imaginación para aprovechar los distintos momentos de cada día.

Por otra parte, ¡No se puede pensar en joyas sin alegría! la propia etimología de la palabra joya, que deriva del francés antiguo “Joel” y que esta emparentada con el latín “Iocus” significa broma o juego: Un extraño destino para las joyas, que suspendidas entre la nobleza de preciosos objetos de arte expresan la divertida libertad de ser adornos soñados, regalados y usados como sello de cada estilo personal.

Una última advertencia: La elegancia se construye en el detalle estudiado y no en la exhibición narcisista. Entonces es preferible no excederse y no mezclar gustos y estilos. Comprendiendo a quienes aman las joyas y no resisten la tentación de usarlas todas juntas a un mismo tiempo; pero, ¿no es mejor, quizás, llevar solo lo justo, cambiándolas a menudo y dar el mayor resplandor e importancia a los adornos que escogimos portar?.

El lujo cuesta monedas constantes y sonantes, pero la elegancia se paga con el buen gusto, el cual es mucho más raro y exclusivo.

 

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